miércoles, 14 de noviembre de 2012

San Antonino de Florencia

Antonio Pierozzi nació en Florencia el 1° de marzo de 1389. Por su constitución física, gracioso y pequeño, se le conoció más bien por Antonino. Era hijo único y la ambición de sus padres era que estudiara abogacía, debido a que su padre estaba relacionado con las leyes. Antonino inició sus estudios con brillante éxito en la carrera de jurisprudencia, pero su verdadera vocación era consagrarse a la vida religiosa.


Desde niño frecuentaba los templos y casas de religiosos, donde le gustaba escuchar sus sermones. Joven aún, con 16 años, escuchó al Beato Juan Dominici y quedó cautivado por su elocuencia y por su espiritualidad.


Con el consentimiento de sus padres solicitó ser admitido en la orden Dominicana, pero el superior, al verlo tan delgado y pequeño no quiso aceptarlo y, para librarse de su insistencia, le dijo que regresara cuando hubiera memorizado todo el Derecho Canónico, tarea aparentemente imposible.


Apenado por la demora, pero contento con la promesa, se puso a estudiar la voluminosa obra, y en menos de un año volvió con el superior y le respondió todas las preguntas que le hacían sobre el libro.


Fascinado por la vivacidad de su espíritu, por la candidez e inocencia de sus costumbres y por la lucidez de su inteligencia, el superior lo admitió en la Orden y lo envió al convento de Cortona a hacer el noviciado. Antonino se convirtió en modelo religioso. En n principio se pensó que no sería capaz de resistir los rigores de la disciplina religiosa, pero su valentía le dio fuerza. Las abstinencias y vigilias, el desprendimiento de todas sus cosas terrenales, la dedicación al estudio, su amor a la oración, que fue siempre su preocupación preferida, y el exacto cumplimiento de la regla, llevaron a los monjes a considerarlo como modelo de perfección.


En 1405 tomó el hábito dominicano en la preciosa basílica de Sta. María Novella de su ciudad natal. Cumplió a fondo sus votos y demás obligaciones, y puso especial cuidado en guardar la flor de su virginidad, que tiempo atrás, orando en la iglesia de San Miguel, había hecho voto al Señor. Repitió hasta su muerte: «Sancta et inmaculata virginitas, quibus te laudibus efferam nescio» (Santa e inmaculada virginidad, que te alabamos y enfurece al que no te conoce). Tuvo como compañero al beato Fra-Angélico, que después llegó a ser un pintor de fama mundial.


Más adelante, sus estudios de filosofía y teología los cursó en Cartona y en Fiésole. Antonino fue un estudiante inteligente, profundo y entregado a la ciencia de Dios y vivió una espiritualidad exigente, hasta convertirse en el primer hijo de este convento. Fray Antonino fue un fiel seguidor de Jesucristo.


Desterró de sí la ociosidad, privilegió el estudio y la oración descansando del uno en el otro. Dormía poco y comenzó a escribir libros.


En 1413 fue ordenado sacerdote. Sus exigencias se agudizaron: le fueron confiados varios cargos de importancia dentro de su orden, como el de superior en varias casas, provincial y vicario general. Desempeñó los mismos con mucha capacidad, humildad y caridad. Por todas partes reavivó el espíritu de la regla con el ejemplo más que con los discursos. Antonino fue un hombre austero y exigente consigo mismo, pero de una gran bondad, prudencia y dulzura con los demás. Fue un hombre con cualidades para el gobierno.


Rotó en la dirección de los Conventos Dominicanos de Foligno, Fiésole, Nápoles, Cartona, Roma, y Florencia. Antonino fue un especialista destacado y gran Maestro en derecho canónico.


En Roma fue auditor de la Rota y notable maestro de Derecho Canónico. Fue Vicario General de la reforma italiana de 1437 a 1447. En Roma, la Curia Pontificia lo tuvo como a uno de sus más seguros consultores.


La reforma y fidelidad al primitivo carisma dominicano, promovido en Italia por Santa Catalina de Siena y el Beato Raimundo de Capua, fue continuado por San Antonino de Florencia. A lo largo de 10 años (1437 - 1447), fue Vicario General de dicha Reforma.




Con la generosidad de Cósimo de Médici construyó y fundó el Convento de San Marcos en Florencia (1435), siendo Antonino su prior de 1436 a 1444. A él se debe el mérito de haber encargado al Beato Angélico la tarea de decorar con frescos el convento. Durante su priorato en San Marcos, desde 1439, comenzó la redacción de sus principales obras literarias: la famosa, primera en su género, "Suma de Teología Moral", sumamente práctica y "Las crónicas".


Su primera obra definida como “una grande enciclopedia sistemática del pensamiento y de la práctica de la vida cristiana”, contiene mucha información económica. Sostiene que el hombre debe trabajar para vivir y no vivir para trabajar, que el comercio es el medio más unificador entre los hombres y que hay que basarlo en la cooperación y no en la competencia. Estudia las leyes de los precios, distinguiendo entre el valor inherente y el resultante de la oferta y la demanda y propone la fijación de los precios por un comité de hombres prudentes, en el que no deberían participar los eclesiásticos. El trabajo debe ser obligatorio y todo el mundo debe tener acceso a condiciones de vida higiénica y confortable.


En San Marcos de Florencia, Antonino abrió la primera biblioteca pública que se conoce en la historia, participó en el concilio de Florencia en 1445, y un año después fue nombrado arzobispo de su ciudad natal por el Papa Eugenio IV, pues reconocía en San Antonino un hombre de recia santidad, sabio y persona de destacada prudencia, lo que le hacía idóneo para guiar como Pastor la Diócesis Florentina. Con el fin de revertir su nombramiento, Antonino argumentó que su salud era muy débil y que no se sentía con cualidades para tan alto cargo, además le escribió al papa las razones por las cuales no creía conveniente que él fuera arzobispo, pero lo hizo especificando tan bien los deberes del cargo, que el papa se convenció más en el nombramiento. Él trató de huir y ocultarse en Maremma con el fin de librarse de tal responsabilidad, pero el Papa le envió dos comunicaciones ordenándole aceptar por obediencia.


En este delicado cargo, Antonino reveló sus extraordinarias cualidades de pastor sabio, prudente, enérgico y ante todo santo. Nada cambió en su vida sencilla y austera. Era trabajador como pocos y de una resistencia y actividad admirables. En sus visitas pastorales usaba la franqueza evangélica, censurando enérgicamente los abusos donde los encontraba. De este modo combatió fuertemente los juegos de azar en Florencia, y la costumbre de prestar dinero con intereses demasiado altos (usura se llama este pecado), la magia, la superstición y la brujería. No toleraba la falta de respeto en la casa de Dios y velaba por la santidad del culto divino.


El palacio episcopal estaba abierto para todos, pero eran recibidos con especial atención los pobres. Antonino había ordenado a sus familiares no despedir a ningún pobre antes de que fuera debidamente atendido.


A quienes le aconsejaban que debía descansar, Antonino les decía. “El obispo no debe cuidar su comodidad, sino del bienestar de sus ovejas".



Fue espejo de santidad para sus súbditos. En nada cambió el plan de su vida religiosa en lo que sus nuevas obligaciones le permitían. Para visitar a sus fieles viajaba en un humilde coche tirado por una mula. Una vez vendió la única mula que tenía para viajar, y el dinero que le dieron por esa venta lo repartió entre gentes muy pobres. El comprador de la mula se la volvió a regalar, y después de varias veces se repitió esta curiosa venta y el subsiguiente regalo.


Dios le concedió dar santos consejos con sabiduría y prudencia por los que era llamado comúnmente "Antoninus consiliorum" (Antonino de los consejos). A tal fama llegaron sus consejos que los papas Eugenio IV, Nicolás V, Calixto III y Pío II acudieron a él. Se hacía el tiempo necesario para la oración, y lo hacía con tal fuerza que fue visto elevado en el aire frente a un Cristo y besando la llaga de su costado.


A lo largo de 13 años guió la Diócesis de Florencia, eliminó todo lujo y se dedicó con generosidad y libertad al bien de sus feligreses.


Siendo Arzobispo de Florencia llegó a esa ciudad la enfermedad del tifus negro; Antonino vendió todo lo que tenía para conseguir ayudas para los enfermos, y se dedicó de día y de noche a asistir a los apestados. Andaba con su mula cargada de víveres y medicinas con las cuales socorría a los necesitados y les daba los sacramentos. Obró muchos milagros de curaciones y adquirió una gran fama de santo y obrador de milagros. Después cuando hubo una serie de terremotos, se dedicó con todas sus fuerzas y con todo su personal a llevar ayudas a los damnificados. La gente que veía sus ayudas acudía a llevarle alimentos y medicinas para que él las distribuyera con justicia. En una ocasión, un limosnero le llevó unas frutas, esperando que el santo le diera una buena propina, pero sólo le dijo: "que Dios te lo pague"... se retiró el hombre murmurando; pero el santo entendió y le dijo: "más te he dado yo que lo que tú me has traído". Hizo traer una balanza y poniendo en una parte las frutas y en la otra un papel con las palabras "Dios te lo pague", pesó el papel más que las frutas. (Por esto se le representa al santo con una balanza en la mano).



El jefe civil y militar de Florencia, Cosme de Médicis, exclamaba: "Si nuestra ciudad no fue destruida, se debe en gran parte a los méritos y oraciones de nuestro Santo Arzobispo". Lleno del carisma del buen pastor fue un óptimo obispo: presente siempre con solícito cuidado, especialmente con los pobres, fundó una asociación para ayudar a los "pobres vergonzantes", o sea a aquellos que habiendo tenido antes una buena situación económica, habían llegado a una gran pobreza. Esta fue la “Sociedad de hombres buenos de San Martín”; ayudaba privándose incluso de lo necesario para él mismo.


Fue severo pero moderado reformador del clero; fue pastor y catequista, pero principalmente predicador. Distribuía a los menesterosos cuanto estaba a su alcance. Fomentó la renovación de los sacerdotes de su Diócesis. Luchó contra la usura y los pecados de la carne, muy expandidos en su época.


El Sumo Pontífice lo estimaba tanto que cuando San Antonino daba una opinión acerca de un asunto, el Papa no permitía que se le contradijera, ni que se le llevara la contraria. Y cuando se sintió morir, el Papa Eugenio IV llamó a Roma junto a su lecho de enfermo a nuestro santo, el cual lo asistió hasta sus últimos momentos.


Vivió 70 años, de los cuales 16 estuvo en la casa de sus padres, 41 en los conventos dominicos y 13 en el arzobispado. Maduro para el cielo, le dio una enfermedad que se fue agravando y los médicos no encontraban cura. Comprendió que el Señor lo llamaba a mejor vida, y cada hora en que la muerte no llegaba, le parecía un siglo. Los religiosos dominicos le ayudaban a bien morir según la costumbre de la Orden.


Falleció en la fiesta de la Ascensión del Señor, el 2 de mayo de 1459. Era tal la devoción del pueblo que no pudo ser enterrado durante ocho días. Su cuerpo, que despedía un suave olor como si estuviese vivo, se veneró en el convento de San Marcos de Florencia, del que fue superior durante nueve años. Actualmente todavía se encuentra su cuerpo íntegro en este lugar.



Fue canonizado por el papa Adriano VI el 31 de mayo de 1523. Por sus méritos de santidad y escritor insigne se le ha propuesto, igual que a San Raimundo de Peñafort, como Doctor de la Iglesia. Al canonizarlo, estableció su fiesta el día 10 de Mayo.